Introducción
El Día Internacional de las Mujeres Rurales, conmemorado cada 15 de octubre, reconoce la contribución de las mujeres a las áreas rurales. En las Américas, las mujeres rurales son una pieza clave en los sistemas agroalimentarios, contribuyendo a la seguridad alimentaria (ONU Mujeres 2012) y contribuyen en mayor medida a la adaptación al cambio climático y a que sus comunidades incrementen sus niveles de resiliencia (FIDA 2022).
“A pesar de su importancia, las mujeres rurales enfrentan profundas desigualdades. El Día Internacional de las Mujeres Rurales no solo reconoce el valor de su trabajo, sino que también hace un llamado urgente a transformar las zonas rurales en lugares donde las mujeres puedan tener los mismos derechos y oportunidades que los hombres. En este contexto, uno de los principales obstáculos es la falta de corresponsabilidad en los sistemas agroalimentarios.”
Abordaremos en este artículo cómo la falta de corresponsabilidad agrava las desigualdades de género en las áreas rurales de las Américas y cómo un enfoque más equilibrado, donde todos los actores asuman su parte de las responsabilidades, podría fomentar un sistema agroalimentario más justo y sostenible.
La corresponsabilidad en el marco de los sistemas agroalimentarios
Una definición ampliamente utilizada de corresponsabilidad es la que hace alusión a la corresponsabilidad familiar, término que puede definirse como la distribución equilibrada entre los hombres y las mujeres de las tareas de cuidado. Sin embargo, definiciones como esta, aunque enfatizan la necesidad de un reparto equitativo de las responsabilidades dentro del ámbito familiar, omite no solo el resto de los ámbitos fuera del reproductivo, como el comunitario o productivo, sino que, además, no aborda las implicaciones que la falta de corresponsabilidad en el ámbito familiar puede llegar a suponer. De igual forma, no considera la influencia del mercado y las políticas públicas, es decir, resulta incompleta si se desea introducir el término en el marco de los sistemas agroalimentarios.
Partiendo de una visión más amplia, de sistema, se considera a la corresponsabilidad como un enfoque integral, la cual, busca distribuir equitativamente las responsabilidades del cuidado entre el Estado, el sector privado, las organizaciones y las familias, con el fin de reducir la carga que históricamente ha recaído sobre las mujeres.
“Se debe promover un enfoque integral de corresponsabilidad reconociendo una distribución equitativa de las responsabilidades del cuidado entre el Estado, el sector privado, las organizaciones y las familias”
En el contexto de los sistemas agroalimentarios, esto implica que hombres y mujeres compartan no solo las responsabilidades de cuidado y las productivas, sino también el acceso a recursos, la toma de decisiones y los beneficios derivados de la producción agrícola. Además, implica que las instituciones locales, regionales y nacionales, el sector privado y las organizaciones asuman su papel en la promoción de entornos en los que, además, se reconozca y valore el trabajo de las mujeres rurales y se promueva el abordaje integral de la corresponsabilidad para que también puedan participar de los beneficios de los sistemas agroalimentarios en igualdad de condiciones (Vaca 2019).
La falta de corresponsabilidad y su impacto en las mujeres rurales
Ante la ausencia de un enfoque integral de corresponsabilidad, las mujeres enfrentan una doble carga: por un lado, el trabajo no remunerado en el hogar, que abarca el cuidado de menores, personas mayores y las tareas domésticas, como cocinar, gestionar horarios, además de brindar apoyo emocional al resto de miembros de la familia; y, por otro lado, el trabajo en la agricultura y actividades relacionadas, que suelen desarrollarse en condiciones de informalidad y baja remuneración (Ramos 2023). Siendo uno de los principales desafíos el dejar de considerar el aporte de las mujeres rurales al sector agrícola como parte de las responsabilidades domésticas no remuneradas, mientras que, en el caso de los hombres, rara vez se cuestiona la necesidad que deba ser remunerado (ONU Mujeres 2012).
Las mujeres rurales no solo son responsables de labores agrícolas, sino también de gestionar la seguridad alimentaria de sus hogares, cumplir con tareas de cuidado no remuneradas y enfrentar el acceso limitado a recursos productivos, como la tierra y el crédito (FAO, 2024). Esta situación no solo limita el acceso de las mujeres a mejores oportunidades económicas, sino que también perpetúa un ciclo de pobreza y dependencia financiera (Wood 1997).
Sin corresponsabilidad, las mujeres quedan atrapadas en un ciclo que limita su autonomía económica y su capacidad para romper con patrones de pobreza que termina siendo intergeneracional (Carcedo y Kennedy 2017). El desequilibrio entre la distribución del trabajo agrícola y de cuidados, reduce el tiempo y los recursos que las mujeres pueden invertir en actividades como mejorar su productividad, participar activamente en la toma de decisiones comunitarias, o de contar, simplemente, con tiempo de ocio y personal.
“La ausencia de un enfoque integral de corresponsabilidad, donde todos los actores (las familias, las instituciones, el sector privado y las organizaciones) participen en las responsabilidades de cuido, promueve desigualdades y genera una carga desproporcionada que afecta el bienestar de las mujeres rurales”
Relación entre corresponsabilidad y desigualdades en el acceso a los recursos y al poder
El acceso a recursos productivos se encuentra profundamente limitado para las mujeres rurales dentro de los sistemas agroalimentarios. El limitado acceso a recursos financieros, tecnológicos, al acceso a crédito y a capacitación técnica, reduce la capacidad de las mujeres para mejorar su productividad y participar en mercados productivos (Ramírez 2011). La falta de corresponsabilidad integral, no solo perjudica la participación de las mujeres, sino que también afecta el proceso de transformación hacia sistemas agroalimentarios sostenibles, inclusivos y resilientes.
Uno de los principales desafíos para las mujeres rurales en las Américas es el acceso a la tierra. Aunque representan una parte significativa de la fuerza laboral agrícola, las mujeres tienen menos probabilidades que los hombres de ser propietarias de tierras (Schling y Pazos 2022). Este problema está profundamente arraigado en factores estructurales, ya que, aunque la legislación de muchos países en la región permite que las mujeres sean propietarias de tierras, la realidad es que las normas sociales, las barreras económicas y la falta de políticas efectivas impiden que ejerzan plenamente ese derecho.
“La falta de corresponsabilidad en la distribución de recursos productivos, como el acceso a la tierra, refleja un sistema que perpetúa las desigualdades de género”
Aunado a ello, la falta de corresponsabilidad en los sistemas agroalimentarios profundiza las desigualdades que se dan en el uso y manejo del poder. La limitada participación de las mujeres rurales en los espacios de toma de decisiones, restringen su rol en los procesos de generación de políticas, programas y proyectos y perpetúa un sistema que no responde a la realidad nacional. Las necesidades y perspectivas de las mujeres rurales deben ser parte de los procesos de construcción de las estrategias de desarrollo e incidir en los procesos de generación de políticas y normativas.
Enfocar acciones solo en las mujeres – Un error conceptual para abordar tanto el problema como la solución
Históricamente, las acciones realizadas en el marco de la cooperación al desarrollo diseñadas para mejorar las condiciones de vida de las mujeres se han centrado en ellas como si fueran los únicos actores del sistema con los que trabajar los problemas que se dan por cuestión de género (Morales, 2021). Es, en parte por esto, que usualmente se asume que la solución a las desigualdades que sufren pasa por capacitar a las mujeres o brindarles herramientas, sin cuestionar las estructuras subyacentes que perpetúan estas desigualdades. Este enfoque, conocido como Mujeres en Desarrollo (o MED), no reconoce que la verdadera problemática radica en la falta de un enfoque integral de corresponsabilidad, que incluya a hombres y a las instituciones en la redistribución de tareas, responsabilidades y recursos.
“El enfoque de Género en Desarrollo (GED) surge como una alternativa más equitativa, al reconocer que las desigualdades de género no pueden resolverse únicamente con intervenciones dirigidas a las mujeres”
Las mujeres rurales enfrentan desafíos aún mayores cuando no se involucra al resto de actores en la redistribución de estas responsabilidades. El enfoque de Género en Desarrollo (GED) propone que, en la ecuación se aborde el entendimiento de las realidades de las mujeres y de los hombres, así como las relaciones y dinámicas que se extienden cuando ambas partes interactúan (CONAVIM 2023).
Por ende, el enfoque GED plantea que los hombres deben asumir una parte equitativa en las tareas de cuidados y productivas, y que el resto de los actores del sistema, en este caso, de los sistemas agroalimentarios, también sean corresponsables en la creación de condiciones que permitan flexibilizar los roles de género actuales. El enfoque GED no solo busca corregir los síntomas de la desigualdad, sino transformar las estructuras que la perpetúan, promoviendo un desarrollo más justo y sostenible que disminuya el impacto negativo sobre las mujeres rurales, lo cual implica necesariamente, trabajar bajo una perspectiva de corresponsabilidad integral.
¿Cómo avanzar hacia un enfoque de corresponsabilidad en los Sistemas Agroalimentarios?
“Para avanzar hacia un enfoque de corresponsabilidad aplicado sobre territorio, es necesario que tanto las instituciones como el sector privado las organizaciones y las familias adopten medidas que promuevan la igualdad de género a todos los niveles”
Un enfoque de corresponsabilidad en los sistemas agroalimentarios implica un cambio profundo en la forma en que se distribuyen las responsabilidades, el trabajo y los recursos entre todos los actores del sistema.
Una de las áreas clave para promover la corresponsabilidad es que las organizaciones deben asegurar que sus propias estructuras internas incorporen un enfoque GED. Esto implica trabajar en la sensibilización de sus miembros sobre la importancia de la corresponsabilidad, así como diseñar proyectos, programas y otras iniciativas que promuevan cambios profundos en las dinámicas de género en las comunidades rurales.
En segundo lugar, las organizaciones deben garantizar la participación igualitaria de mujeres y hombres en todas las etapas de las acciones que promuevan en los sistemas agroalimentarios, desde la toma de decisiones hasta el acceso a recursos productivos, como la tierra, el crédito y la tecnología.
De la misma forma, para que las organizaciones puedan contribuir de manera efectiva a un enfoque corresponsable en los sistemas agroalimentarios, es fundamental que integren el enfoque de género en sus presupuestos y planificación estratégica. Esta integración no debe considerarse como un aspecto opcional, sino como una línea prioritaria.
Otro aspecto clave es el papel de las instituciones locales, regionales y nacionales. Estas deben ser corresponsables en la creación de políticas y programas que favorezcan una distribución equitativa de las responsabilidades y los recursos, tomando en cuenta las necesidades y realidades específicas de las mujeres rurales. Las organizaciones deben trabajar en alianza con las instituciones para asegurar que los marcos normativos y programáticos promuevan la igualdad de género en los sistemas agroalimentarios.
Asimismo, es clave que las organizaciones trabajen junto al sector privado para promover, por ejemplo, certificaciones y programas que valoren la participación igualitaria de mujeres y hombres en las cadenas de valor agroalimentarias. Esto puede incluir incentivos que recompensen a quienes adopten prácticas igualitarias, contribuyendo así a crear un entorno favorable para la igualdad de género.
En última instancia, las organizaciones deben impulsar iniciativas que involucren a los hombres en el trabajo de la corresponsabilidad, tanto en las labores productivas como en las de cuidados. Esto puede lograrse a través de campañas de sensibilización y formación que desafíen los roles tradicionales de género, fomentando un reparto más justo de las tareas de cuidados y en el ámbito comunitario.
Conclusiones
“La corresponsabilidad no es un enfoque opcional, sino una condición necesaria para lograr la igualdad de género en las zonas rurales y una transformación hacia sistemas agroalimentarios sostenibles, inclusivos y resilientes”
La falta de corresponsabilidad en los sistemas agroalimentarios no es solo un problema que afecta a las mujeres rurales; es una barrera estructural que frena el desarrollo sostenible y la equidad de género en las Américas. Cada vez se torna más evidente que la falta de una distribución equitativa de las responsabilidades productivas, de cuidados y el acceso a recursos, perpetúa las desigualdades que limitan el potencial de las mujeres rurales y, por ende, el progreso de sus comunidades.
Aunque el enfoque tradicional se ha centrado únicamente en las mujeres, es momento de reconocer que no es suficiente. Se requiere un cambio sistémico que involucre a todos los actores en la redistribución de tareas y la creación de condiciones que permitan a las mujeres participar en igualdad de condiciones en los sistemas agroalimentarios, es decir, avanzar hacia un enfoque de corresponsabilidad para aliviar la doble carga que enfrentan las mujeres rurales.
No abordar de una manera integral, desde un enfoque de género que considere la corresponsabilidad, no solo se perpetúan las desigualdades existentes, sino que también se pone en riesgo el desarrollo de sistemas agroalimentarios resilientes y sostenibles para todas las personas.